martes, agosto 28, 2007

Tarde de sábado

17 de Julio de 2005


Tarde de sábado, 40 grados en la calle y yo me siento viva.

Una raja de sandia me sonríe desde un plato;
Por la ventana veo a las alondras exhaustas buscando un lugar donde darse un chapuzón.
En la habitación de al lado el hombre al que amo sueña con su tierra; el sol en su travesura, se cuela por la persiana y le tatúa la espalda con improvisados tribales.
Oigo el tintineo de la brisa jugando con lunas y soles que cuelgan del balcón.
Celta chapotea en su bebedero.
Las campanas de la iglesia, arrastran su pesadez y avisan a las abuelillas que hay misa de ocho.

Cuánta belleza.
La vida en ocasiones me ha dado la mano para que me asome al precipicio; alguna vez me sentí caer, pero ella nunca me soltó.
No sirve de nada descubrir todas esas cosas para no madurar con ellas.

No es fantasía ni fabulosa imaginación el describir una raja de sandía como una enorme sonrisa en un plato; Yo le llamo descubrir, entre todo aquello que a lo largo de la semana me desdibuja la sonrisa, la belleza de las pequeñas cosas, pinceladas que compensan el impacto diario del noticiero o de la vida misma.

jueves, agosto 23, 2007

El lado oscuro de la ciudad



Hay un lugar bajo tierra donde las almas se cruzan sin mirarse y conocen su camino sin tener que abrir los ojos. Se tropiezan emitiendo apenas un sonido imperceptible a modo de “perdón”, “lo siento”, “capullo”, o “que te den”, dependiendo de cada uno...

Allí, la luz del sol nunca llega. La oscuridad, dueña y señora se refugia en túneles estrechos y abovedados que apenas se iluminan cuando máquinas de hierro que trasportan almas rodantes, penetran en ellos absurdas y torpes. Las almas tristes entonces cruzan sus miradas. Parecen pedir auxilio o simplemente reconocerse en la mirada de las otras: “Yo también tengo un examen”; “Mi jefe es un imbécil”, “Estoy cansado de hacer lo mismo”.

A veces algunas almas rompen la soledad compartida con un lloroso acordeón o una nostálgica quena que recuerda otra realidad dolorosa y diferente. Hay almas que se evaden en la lectura. Leen y releen párrafos juguetones que se distraen con el pasar de estaciones expendedoras de almas. Algunas almas dan cabezadas. Otras sueñan con tierras lejanas... Pero todas tan iguales, van envueltas de un halo de tristeza que comparten y se contagian sin remedio.

Viajan por el lado más oscuro de la ciudad yendo y viniendo sonámbulas, nunca sobrepasando el perímetro de la urbe. Todas tan necesitadas de un rayo de sol, de una sonrisa...

Recuerdos II


Hubo un tiempo en que habitaba la copa de los árboles.

A los diez aparqué la bici bajo un árbol, que con voz profunda me decía: “trépame, trépame...” Cautivada por la panorámica decidí poner todo mi empeño en acondicionar la copa, hasta convertirla en el perfecto lugar de veraneo. Cortaba ramas y las subía exprimiendo al máximo el vaso de leche con galletas del desayuno, y con destreza las colocaba en forma de cama de rama a rama.

Trasladé a mi nuevo hogar libros, tebeos, y cualquier entretenimiento con tal de no bajar a tierra firme. Y así en “volandas”, pasé las vacaciones entre reprimendas paternales, quienes no terminaban de ver bien que pasara tanto tiempo fuera de casa.

Al final del verano mi familia lo tenía asumido de tal modo, que mandaban a mi hermana con la merienda y de paso para asegurarse que seguía viva. Llegado Septiembre no fue fácil hacerme comprender que tenía que abandonar mi casa para ponerme el uniforme y regresar a mis libros “Santillana”, a las misas de los jueves...

Aquel invierno utilicé mi árbol para evadirme en las clases de Matemáticas de “la Baranda” y cuando llegó la primavera corrí a asegurarme que mi nido seguía allí.

Llegado Junio lo restauré y volví a treparme a las alturas con mi rebeldía y mis bártulos a la espalda. Pero una vez instalada comprobé horrorizada que algo no marchaba bien: la Magia que me envolvía un año atrás se estaba evaporando entre las hojas de mi árbol, y poco a poco empecé a abandonarlo para dedicarme a otras cosas.

Entonces vi a mi alrededor miradas de nostalgia que comentaban mi estirón y la evidencia de que inevitablemente me hacía mayor.

Dias tontos



Hay días tontos que no sé por qué (bueno, sí sé), te amo más que nunca.

Sin embargo llegas a casa y no me engancho de tu cuello. No corro desesperada por el pasillo al oír la llave en la puerta. No deshago el ovillo que soy en el sofá.

Dejo a Celta hacer los honores por los dos y espero sonriendo ver tu cara asomar por la puerta del salón. Aparecen tus ojos cansados reflejando pantallas de ordenador y la última estupidez de tu jefa; me sonríen igual.
Pero no me haces fiesta. No me reduces a risas y mimos en el sofá. Casi no dices palabra. Y sé que me amas como nunca. Pero son días tontos.
Apostados en el sofá emitimos frases cortas, sencillas, con nuestros dedos enlazados,amándose, susurrándose lo que nosotros omitimos. Y así pasamos una hora, dos.

Cenas algo rápido, yo riego las plantas. Cruzamos miradas, sonrisas. Te doy un beso fugaz y me voy a la cama.

Me pongo a bucear bajo las plumas del edredón, y desde allí sigo tus pasos mentalmente. Estás fregando los platos. Ahora apagas las luces. A través de la ventana y con la luz de tu cigarro intercambias señales de Morse con los gatos que siembran los tejados.
En otros tiempos de inmadurez hubiera caído al pozo negro de mi imaginación. Me hubiera ahogado en fantasías descontroladas sobre fracasos y desengaños, levantado muros de inseguridades. Hubiera acabado con todo.
Pero hoy no me hace falta. Eres yo más que nadie, y como yo soy tú, estoy segura que hoy me amas como nunca.
Sólo que hoy es un día tonto.