domingo, marzo 30, 2008

Acuarelas - Octubre de 2005


Resulta que bajo la escalera rumbo al frío, con esa penita infantil de anhelar el refugio de tu abrazo bajo el nórdico y el bulto perruno en el costado.

Y cruzo la explanada frente a la Iglesia, a la que miro de reojo por esa costumbre que tengo de buscar la magia aunque sea para ir a la oficina.

Y llego a la parada de autobús y me arropo de neblina anónima entre desconocidos. Me doy una vuelta por los campitos de mi memoria y me veo de la mano de mi abuela esperando el autocar del colegio... dándome su besito saleroso, sabedora del pellizco que mi timidez e inseguridad me producen en el pecho.

El autobús verde atraviesa los campos como un saltamontes gigante. Aún en tinieblas los campos son retales amarillos, ocres y verdes, que tienden una enorme colcha sobre la tierra dormida. Al norte las montañas, en pliegues azulados y al este Madrid, en flecos desiguales, sucios y desgastados por el uso.
Avanzo calladita, no opongo resistencia a pesar de ésta penita infantil. Mis párpados, persianas enrollables, suben y bajan en disputa con el sueño que aún me ronda; y cuando están apunto de perder la batalla, el amanecer me regala una acuarela multicolor, primero usando una paleta de rojos, fucsias, naranjas, amarillos que se funden, sin saberse en qué punto, con un azul tan intenso que los ojos se me tornan inmensos, desertores del sueño. Ahora los campos vuelven a la vida. Sus retales toman color y los pájaros, duendecillos rodeados de un halo dorado, se desperezan para buscar el desayuno.

Tengo que agradecer al pintor por ésta belleza. Por éste regalo que me cura el anhelo de tu abrazo y el pellizquito infantil en el pecho.

jueves, marzo 27, 2008

Cuando uno no puede con la vida

Quería escribir algo alegre para equilibrar esta lluvia de barro que me nubla la vista.

Aferrarme a la belleza de las cosas simples, de aquellas que tras el chaparrón te devuelven a la vida. Hablar de la primavera, del olor de la tierra húmeda, los peces, las aves, los niños.

Borrar de mi mente la imagen de un hombre, que por salir de su tierra y trabajar como un mulo está siendo humillado, apaleado, filmado y exhibido.

Quería jugar con mis perros para alejar la mirada de una foca que no sabe que le arrancarán la piel.

Contar estrellas. Hablar de libros hasta la madrugada, y no del cascote de hielo que navega hacia el primer mundo.

Y ahora hay una sola imagen en mi mente. La mirada azul de María, sus vestiditos de flores y su aire sevillano. Palabras sobre su infancia en un pueblo inmaculado, con su abuela de abanico y gazpacho refrescando la alcoba en verano.

En la comida casi todas hablábamos del trabajo. Ella, más entrañable, se abría de a poquito contando con gracejo anécdotas, sin saber que calaba hondo. En la cena de Navidad le tocó improvisar una copla, y ella, aplacando la timidez a sorbos de sangría, entonó un “Ayyyyy Campanero”, que nos hizo reír toda la noche.

Tenía treinta y siete años y algo tan doloroso en su interior como para quitarse la vida. Nos ha dejado mudas, con la sangre helada y sensación de caída libre hacia un futuro que no está escrito.

Me pregunto dónde estará ahora. Si camina perdida en la oscuridad asustada, atormentada igual que en sus últimos minutos de vida.

Quiero ayudarla. Tomarla de la mano y conducirla hasta su abuela, hasta sus calles encaladas con olor a jazmín. Arroparla en una cama limpia, con sábanas blanqueadas al sol; Velarla hasta que se duerma, hasta que la vida se haga su amiga y le regale un verso o una "Soleá" de las que erizan la piel y quitan el "sentío". Dejarla dormir horas, días, para que su alma descansada pueda con todo.

Perdón por la tristeza.

Mañana prometo escribir algo hermoso. Cuando acabe el noticiero lavaré mis ojos y mis manos y soltaré riendas sobre un papel pintando nubes y soñando estrellas.

Esta noche sólo puedo velar por una chica sencilla que no pudo con la vida.