miércoles, agosto 06, 2008

Pako y Hilda

- ¿Cree que lloverá? – Pregunté al incansable montañero octogenario.
- No lo creo. En estas latitudes cuando el cielo se pone negro y huele a lluvia, no llueve.

Berta me miró de reojo con cara de “yo flipo”. Sonreí divertida, aunque creo que mi compañera de viaje ya se estaba hartando de tanto flipar.

Desde que llegamos a la estación alkina de Flönkin no habían parado de suceder cosas raras: Una anciana llamada Hilda nos esperaba impaciente acompañada de su ganso Friedrich, que llevaba una corbata azul y debía pesar unos treinta kilos. Tan pronto nos reconoció nos enganchó a cada una de un brazo y nos deleitó con un cántico improvisado, cuya letra contenía nuestros nombres (era lo único que entendíamos). Su voz retumbaba entre los riscos que sobresalían por encima de los tejados de la aldea.

Nos enteramos por la enérgica mímica de Hilda de que era la esposa de Pako con K, el misterioso internauta que nos había alquilado la cabaña para pasar el verano.

Hilda conducía un Iseta del 54 con portaequipajes en el techo, donde colocó nuestras mochilas. Abrió la única puerta del coche y sacó un remolque con dos ruedas que enganchó a la parte trasera. Hizo un sonido de trompeta con la boca y Friedrich de un salto se subió al remolque y se dejó poner un arnés.

- Lo flipo.- Apuntó Berta con cierto tono burlón.

- Genial.- Repliqué con una sonrisa.

Me colé en el Iseta y le hice un gesto a Berta para que se sentara sobre mis piernas. Hilda se acomodó en el asiento del conductor y sonriendo puso aquella nave en marcha al tiempo que entonaba otra canción.

Rodamos montaña arriba por caminos imposibles sorteando vacas y comprobando de vez en cuando que el ganso seguía en su remolque. Hilda nos miraba y reía y cantaba rebosante de energía. A pesar de su jovialidad debía rondar los ochenta años. Me miró como si leyera mi mente y me dijo:

- Elder-fin, omi elder-fin.

- ¿Perdón?
- Elder-fin, eve Pako elder-finden.
- ¿En qué habla ésta mujer, en élfico? – replicó Berta.
- Según me dijo Pako en un mail hablan un dialecto aislado.
- ¿Y cuántos años tiene el tal Pako? Pensaba que sería de nuestra edad, sobre todo por la K.

- No lo sé. Yo también pensé que sería joven. ¿Y qué más da? Hemos dicho que veníamos a descansar y disfrutar de la naturaleza, no a ligar.
- Todo esto es muy raro.
- Relájate y disfruta. Mira qué montañas.

Llegado a éste punto el Iseta se adentró en un bosque bastante espeso. Hilda dio las luces y fue sorteando árboles y piedras hasta llegar a un claro donde se levantaba una casa típica andaluza.

- Lo flipo. Lo flipo pero de verdad.
- Y yo.
- ¡Pakoooo, dolmi! ¡Spanilars egor endorfel!
- Voy cariño. Espera que me ponga algo.

Pako se estaba dando un baño en una de esas piscinas hinchables completamente desnudo. Se lió una toalla y dando saltitos se acercó hasta nosotras con una gran sonrisa.

- ¿Qué tal el viaje? ¿Queréis una cerveza?
- Bueno – le dije mientras le tendía la mano.
- ¿Dónde estamos? – Apuntó Berta
- Esta es Villa Karmona con K, para que no desentone con la lengua local ¿Te gusta?

Una casa blanca como la nieve con preciosos enrejados en las ventanas, un pozo, fuentes y una gran cancela se levantaba en mitad de un bosque de montaña, en el corazón de los Alkes.

Hilda nos trajo unas aceitunas y unas patatas fritas con dos cervecitas bien tiradas y Pako nos explicó que nuestra cabaña estaba a media hora de allí.

- Tenemos que salir en un rato, antes de que bajen los novicios.
- ¿Novicios?- Coreamos las dos.
- Si, en ésta época suben al pico Kleinndel por la mañana temprano y bajan al atardecer. El camino es muy estrecho y no podemos cruzarnos con ellos.
- ¿Hay que subir andando? – Exclamó Berta con cara de susto.
- Espero que hayas traído unas buenas botas, sino Hilda te deja unas. Voy a prepararme, ahora vuelvo.

Berta me clavó los ojos inquisitivamente mientras yo rebuscaba en mi mochila.

- Ponte tus botas y unos buenos calcetines. No querrás despeñarte…
- Vete a la mierda.
- ¿Por qué te enfadas? Es todo perfecto. Mira que casa, mira el bosque, mira las montañas. ¿Te imaginabas a un andaluz viviendo en un bosque con una alkina de ochenta años que habla élfico?

En unos minutos volvió Pako equipado para escalar el Everest. Llevaba cuerdas, piquetas y botas con pinchos. Hilda acudió a despedirnos entonando la canción con nuestros nombres y Friedrich trajo, balanceándose de lado a lado, una bolsa con bocadillos que tuve que sacarle del pico.

Avanzamos por el bosque siguiendo la misma senda por la que había corrido el Iseta de Hilda, hasta que delante nuestro se abrió todo el valle rodeado de montañas imponentes. A lo lejos aún se oía la voz de Hilda entonando otro cántico.

Pako tomó un camino al borde del precipicio y empezó a subir sin ningún esfuerzo.

- Vamos chicas que no se diga.
- Estas vacaciones prometen.
- Menuda mierda.