jueves, septiembre 11, 2008

La novia de la curva




Tengo un secreto desde hace meses y hoy me he decidido a sacarlo a luz. Por las noches, de manera inexplicable cambio mi personalidad y salgo a la calle, donde hago cosas muy extrañas.

Mi familia no lo sabe a pesar de la cantidad de ruidos que hago. Los únicos testigos de mis aventuras son mis perros que lo ven más como un juego que como una extravagancia.

A las tres en punto de la madrugada un ser invisible me da un bofetón para despertarme. En lo que tardo en reaccionar, un reloj que tampoco reconozco marca los segundos de tres en tres (tic tac toc) y tengo unas ganas terribles de beber un vaso de leche marca “Los Escoriales”. Entonces me levanto sin hacer ruido, toda una odisea dada mi torpeza natural. Me dirijo hacia el pasillo no sin antes engancharme la manga del pijama con el pomo de la puerta. Camino despacio y piso una patita a mi perra, que ya no llora porque es mi cómplice. Entro en la cocina y meto mi pié descalzo en el cacharro del agua de los perros. Abro la nevera de la que cae el sobre de queso rallado mal colocado en la parte alta de la puerta, y saco la botella de leche.

Entonces comienza mi transformación. La primera noche, mientras me bebía insaciable el vaso me empezó a crecer la melena hasta rozarme los tobillos. Una melena ondulada y llena de flores y hojas de árboles muy de finales de los 60. Me miré al espejo y me encantó, y como se me había pasado el sueño decidí entrar a la habitación verde y buscar entre ropas antiguas aquellos pantalones de campana y camisa floreada de mi madre. Con ésta pinta salí al jardín y me puse a bailar en círculos bajo los árboles como si estuviera hipnotizada. Mis perros bailaron conmigo hasta el amanecer, hasta que mi pelo volvió a su longitud normal y me entró tanto sueño que tuve que subir corriendo para no dormirme en la escalera.

Otra noche, tras beberme el vaso de leche me sentí muy ágil y energética. Creo que un poco influenciada por las Olimpiadas me entraron muchas ganas de jugar al tenis así que bajé al trastero y busqué la raqueta que no usaba desde los quince años. Ansiosa me colé en casa de mi vecino y pasé toda la noche jugando al tenis en su cancha con un ente invisible que tenía muy buen revés. A mí tampoco se me daba mal, así que disfruté y además quemé el atracón de helado que me había dado después de la cena.

La mayoría de las noches han sido muy divertidas. Reconozco que aunque al principio me resistía, sobre todo por la rabia que me daba el bofetón, he llegado a desear quedarme dormida para que dieran las tres y ver que me deparaba la noche. Incluso estaba tentada a contárselo a Diego aún a riesgo de que pensara que se me ha ido la olla.

Hasta hace tres noches.

Tras beberme el vaso, mi cara palideció y mi pelo se encrespó como una escarola. Al verme reflejada en la puerta del microondas sentí miedo de mi misma. Como loca busqué el vestido de novia de mi hermana y muy decidida me lo puse y salí a la calle. Les dije a mis perros que me acompañaran, pero se negaron en rotundo con cara de disgusto. No sé que me pasó por la cabeza, pero me fui caminando hasta la carretera comarcal que viene de Madrid, y en la primera curva me planté y empecé a asustar a los coches que subían el puerto. Los conductores al verme daban un volantazo y aceleraban con cara de terror, hasta que un repartidor de leche “Pascual” intentó atropellarme y salí pitando a casa con mucho sueño y decidida a no volver a hacer algo así.

He empezado a beber leche “Hacendado” y parece que va bien. No me he vuelto a levantar de madrugada, aunque anoche a las dos, me pareció que alguien me hacía cosquillas. Debe ser mi imaginación.