A mi abuela, que vivió y murió enamorada de su único amor
a pesar de pasar media vida sin él.
"¿Y qué hago con nuestros sueños, con las fotos, las letras y el recibo de la luz...? Dime qué hago con mis manos, mi piel joven y mi corazón enamorado. "
"¿Y las niñas…?". Parecían decir sus ojos reflejados en el cristal.
Por la ventana ve el cielo blanco, anunciando una nevada que no termina de caer. Su corazón se está apagando poco a poco y la vida, en su último episodio le tortura con la imagen de la mujer que tanto ama hundida en la desesperación. Esos ojos grises que nunca le han negado una sonrisa, parecen dos lagunas bajo una gran tempestad. Enormes, rabiosos, llenos de fuego.
Había visto morir compañeros en el frente. Conocía las miserias de la guerra. Tenía miles de recuerdos con los que atormentarse, ahora anulados por la imagen que tenía frente a él.
“No llores mi amor. Ya verás que me pongo bien. Dentro de nada estaremos paseando de nuevo por la Gran Vía, comiéndonos unas bravas en Atocha y yendo al cine del Paseo de las Delicias. ¿Dónde están las niñas?”
Cinco y siete años; demasiado niñas para entender nada. Se preguntaba qué recuerdo guardarían de su padre, a parte del azul fuerte de sus ojos y el imponente uniforme. No había tenido demasiado tiempo para enseñarles grandes cosas, y tantas ilusiones y proyectos quedarían truncados para siempre. Le hubiera gustado verlas crecer, convertirse en mujercitas; conocer sus primeros amores, aconsejarlas, protegerlas. ¿Por qué tuvo que ir a ésa estúpida guerra?. Ahora postrado en una cama extraña viendo el cielo sin terminar de descargar, pensaba que la factura era demasiado cara.
"Están con tu hermana, no saben nada".
Sus manos temblorosas, tan pequeñas, le trajeron a la mente la noche de San Juan de 1936. Estaba destinado en Estepona desde hacía pocos meses, y dados los tiempos revueltos que corrían, no había podido disfrutar de aquel lugar increíble, tan distinto de Madrid. Por eso aquella noche era especial; estaba de permiso y había oído decir, que los lugareños hacían hogueras en la playa y bailaban hasta el amanecer. Al caer el sol, él y sus compañeros se plantaron en la playa, donde corros de jóvenes daban palmas y entonaban alegrías y fandangos al calor del fuego. Aquellas chicas andaluzas tenían algo especial, el sol les daba un brillo en la mirada y una alegría, que curaba todos los males.
Entonces la vió y ya no hubo ninguna más. Era distina, un poco apartada, sin duda tímida. Era la imagen de la fragilidad, con su cabello dorado peinado a lo Claudette Colbert. Sonreía escuchando las bromas de sus amigas y en su porte delicado, toda ella era el centro del Universo. Sus manos eran chiquititas, muy blancas y de vez en cuando las palmeaba sin demasiado salero. Al verle se sonrojó, le pareció guapísimo, un "Clark Gable" a la española; y le dedicó una media sonrisa coqueta, que cambiaría el rumbo de sus vidas.
Tras doce años y dos guerras seguía tan enamorado como entonces. La veía apollada en la ventana con la mirada en el infinito. De vez en cuando comprobaba el pestillo de la ventana de madera, como si de ese modo, puediera evitar que se le escapara la vida por las rendijas. Y fijaba la mirada de nuevo en el cielo de nieve, esperando que de un momento a otro, empezara a caer.
"Qué guapa estás. ¿te he dicho hoy que te amo?". Con la mirada perdida en las nubes parecía una niña. El agua de sus ojos delatando sus pensamientos. "¿Por qué ésto, si somos tan felices?"
Durante la 2ª Guerra Mundial pasó meses con la nieve hasta las rodillas. Esa pesadilla que no era la suya, le había devuelto a casa arrastrando una enfermedad lenta e incurable. y ahora, en el final de su vida el cielo de Madrid guardaba en sus entrañas un cargamento entero, para cubrirle con su manto blanco. Menuda broma del destino, o quizás no. Tal vez era un acertijo.
Hubo noches de hielo en las que contaba las horas, mirando al fuego sin pegar ojo, imaginando su cara, su cintura de muñeca, sus manos blancas entre las suyas. Se entretenía planeando un reencuentro, a veces en la Estación del Norte, buscando sus bucles entre el vapor y la multitud. Otras en la misma playa donde se dijeron adiós. Y la mayoría de las noches, antes de dormirse maldecía el día que decidió partir; esa tonta manía de vivir en una constante aventura, de conocer lugares, de arriesgar la vida... "Es una gran oportunidad, harás carrera..." le habían dicho en el Cuartel. Y en una España destruida, comprendió que era la mejor manera de empezar de nuevo.
"¿Por qué no descansas un rato? Tienes cara de no haber dormido en días. Vete a casa y te acuestas." Sabía la respuesta pero él, tan dado a conversar de cualquier cosa, no sabía que decir en éstos momentos. "Prefiero quedarme, no tengo nada que hacer en casa. Además, si voy me van a preguntar todos...". Con la voz rota buscaba de nuevo el abrigo de las nubes.
Aquel verano del 36 la persiguió sin tregua en cada permiso. Al principio, por timidez o por cautela de no ser vista por sus tíos, ella le guardaba las distancias. Pero a medida que avanzaba el verano, sus encuentros dejaron de ser fortuitos, y los aceptó con una naturalidad exquisita, que a él le rebasaba el corazón.
Solían encontrarse en la Iglesia de los Remedios, a dos manzanas de la casa de sus tíos. Ella aparecía siempre acompañada de su amiga Ana, que a la media hora de caminata sin rumbo, con mucha gracia recordaba que tenía que hacer algún recado y desaparecía. Entonces, con una sonrisa silenciosa, retomaban el camino a la playa, como un tributo a la noche en que se conocieron. Paseaban hasta que el sol comenzaba a perderse tras la serranía, regalándoles abanicos de oro.
A los pocos días estalló la guerra en España y como si con ellos no fuera, pasaron los dos años flotando en una nube, escribiendo su historia de amor. Terminada una guerra estalló otra en Europa y la decisión de separarse por un año para ir al un frente lejano fue dura y cruel, pero no sirvió más que para fortalecer su amor. Ellos, tan ajenos a ideologías, se veían ahora sacudidos sin remedio por la más mordaz de todas.
Nada más volver se casaron; y con el tiempo consiguió borrar el zumbido de los aviones y el olor de la sangre y el frío.
Ella sigue ausente, tan lejos como aquellas noches de verano en Estepona. El estira la mano para tocarla y ella da un respingo, temerosa de que sea el final. El bromea, le cuenta anécdotas de compañeros del trabajo, de la última carta que recibió de su hermano. Ha oído en la radio que el Atleti estuvo imponente frente al Sevilla con cinco goles a uno. "¿Has ido a mirar los abrigos de Sepu? No quiero que vayas desabrigada, anuncian bajo cero para los próximos días".
Pero entonces el mundo se para. Madrid enmudece y el cielo comienza a deshacerse en plumas blancas que caen a cámara lenta cubriendo las almas rotas de una quietud artificial, irreal.
Y todo acaba. Madrid deja de existir. Y el Mundo.
Tampoco existen ya los Ángeles que se arrancan las plumas en lo alto.
Madrid, madrugada del 27 de Noviembre de 1997
Desde la ventana de su cuarto ve la calle desierta. El silencio sobrecoge, sumerge en una especie de sonambulismo mágico, que hace pensar en la soledad de ser el único ser despierto. No puede dormir y los apuntes sobre la mesa no dan mas de sí.
Entonces algo la saca de la hipnosis. Un lamento lejano, una voz femenina, familiar aunque con un acento distinto, más juvenil. Abre despacio la puerta, escucha atenta, lo vuelve a oír. Camina despacio por el pasillo hasta la puerta entornada de donde viene la voz. Se asoma y la ve temblorosa bajo las sábanas, los ojos muy abiertos, asustados, llorosos...
- Abuela, soy yo, tienes una pesadilla.-
Tarda un rato en volver a la realidad. Aprieta con su manita minúscula la mano de su nieta buscando consuelo.
- Estaba soñando con él... soñaba que venía a verme y estaba igual, tan joven y guapo... y yo no quería que me viera así, arrugada...-
Aprieta los ojos para que no la vea llorar.
- Duérmete abuela, mañana te sentirás bien. -
La besa en la frente mientras la arropa. La noche está fría. La abuela le agarra la mano una vez más y pregunta:
- ¿Ha empezado a nevar ya...? -
Su voz suena más tranquila.