jueves, septiembre 11, 2008

La novia de la curva




Tengo un secreto desde hace meses y hoy me he decidido a sacarlo a luz. Por las noches, de manera inexplicable cambio mi personalidad y salgo a la calle, donde hago cosas muy extrañas.

Mi familia no lo sabe a pesar de la cantidad de ruidos que hago. Los únicos testigos de mis aventuras son mis perros que lo ven más como un juego que como una extravagancia.

A las tres en punto de la madrugada un ser invisible me da un bofetón para despertarme. En lo que tardo en reaccionar, un reloj que tampoco reconozco marca los segundos de tres en tres (tic tac toc) y tengo unas ganas terribles de beber un vaso de leche marca “Los Escoriales”. Entonces me levanto sin hacer ruido, toda una odisea dada mi torpeza natural. Me dirijo hacia el pasillo no sin antes engancharme la manga del pijama con el pomo de la puerta. Camino despacio y piso una patita a mi perra, que ya no llora porque es mi cómplice. Entro en la cocina y meto mi pié descalzo en el cacharro del agua de los perros. Abro la nevera de la que cae el sobre de queso rallado mal colocado en la parte alta de la puerta, y saco la botella de leche.

Entonces comienza mi transformación. La primera noche, mientras me bebía insaciable el vaso me empezó a crecer la melena hasta rozarme los tobillos. Una melena ondulada y llena de flores y hojas de árboles muy de finales de los 60. Me miré al espejo y me encantó, y como se me había pasado el sueño decidí entrar a la habitación verde y buscar entre ropas antiguas aquellos pantalones de campana y camisa floreada de mi madre. Con ésta pinta salí al jardín y me puse a bailar en círculos bajo los árboles como si estuviera hipnotizada. Mis perros bailaron conmigo hasta el amanecer, hasta que mi pelo volvió a su longitud normal y me entró tanto sueño que tuve que subir corriendo para no dormirme en la escalera.

Otra noche, tras beberme el vaso de leche me sentí muy ágil y energética. Creo que un poco influenciada por las Olimpiadas me entraron muchas ganas de jugar al tenis así que bajé al trastero y busqué la raqueta que no usaba desde los quince años. Ansiosa me colé en casa de mi vecino y pasé toda la noche jugando al tenis en su cancha con un ente invisible que tenía muy buen revés. A mí tampoco se me daba mal, así que disfruté y además quemé el atracón de helado que me había dado después de la cena.

La mayoría de las noches han sido muy divertidas. Reconozco que aunque al principio me resistía, sobre todo por la rabia que me daba el bofetón, he llegado a desear quedarme dormida para que dieran las tres y ver que me deparaba la noche. Incluso estaba tentada a contárselo a Diego aún a riesgo de que pensara que se me ha ido la olla.

Hasta hace tres noches.

Tras beberme el vaso, mi cara palideció y mi pelo se encrespó como una escarola. Al verme reflejada en la puerta del microondas sentí miedo de mi misma. Como loca busqué el vestido de novia de mi hermana y muy decidida me lo puse y salí a la calle. Les dije a mis perros que me acompañaran, pero se negaron en rotundo con cara de disgusto. No sé que me pasó por la cabeza, pero me fui caminando hasta la carretera comarcal que viene de Madrid, y en la primera curva me planté y empecé a asustar a los coches que subían el puerto. Los conductores al verme daban un volantazo y aceleraban con cara de terror, hasta que un repartidor de leche “Pascual” intentó atropellarme y salí pitando a casa con mucho sueño y decidida a no volver a hacer algo así.

He empezado a beber leche “Hacendado” y parece que va bien. No me he vuelto a levantar de madrugada, aunque anoche a las dos, me pareció que alguien me hacía cosquillas. Debe ser mi imaginación.

miércoles, agosto 06, 2008

Pako y Hilda

- ¿Cree que lloverá? – Pregunté al incansable montañero octogenario.
- No lo creo. En estas latitudes, cuando el cielo se pone negro y huele a lluvia, no llueve.

Berta me miró de reojo con cara de “yo flipo”. Sonreí divertida, aunque creo que mi compañera de viaje ya se estaba hartando de tanto flipar.

Desde que llegamos a la estación alkina de Flönkin, no habían parado de suceder cosas raras: Una anciana llamada Hilda nos esperaba impaciente, acompañada de su ganso Friedrich, que llevaba una corbata azul y debía pesar unos treinta kilos. Tan pronto nos reconoció nos enganchó a cada una de un brazo, y nos deleitó con un cántico improvisado, cuya letra contenía nuestros nombres (era lo único que entendíamos). Su voz retumbaba entre los riscos que sobresalían por encima de los tejados de la aldea.

Nos enteramos por la enérgica mímica de Hilda, de que era la esposa de Pako con K, el misterioso internauta que nos había alquilado la cabaña para pasar el verano.

Hilda conducía un Iseta del 54 con portaequipajes en el techo, donde colocó nuestras mochilas. Abrió la única puerta del coche y sacó un remolque con dos ruedas, que enganchó a la parte trasera. Hizo un sonido de trompeta con la boca y Friedrich de un salto se subió al remolque y se dejó poner un arnés.

- Lo flipo.- Apuntó Berta con cierto tono burlón.

- Genial.- Repliqué con una sonrisa.

Me colé en el Iseta y le hice un gesto a Berta para que se sentara sobre mis piernas. Hilda se acomodó en el asiento del conductor y sonriendo, puso aquella nave en marcha al tiempo que entonaba otra canción.

Rodamos montaña arriba por caminos imposibles, sorteando vacas y comprobando de vez en cuando, que el ganso seguía en su remolque. Hilda nos miraba y reía y cantaba rebosante de energía. A pesar de su jovialidad debía rondar los ochenta años. Me miró como si leyera mi mente y me dijo:

- Elder-fin, omi elder-fin.

- ¿Perdón?
- Elder-fin, eve Pako elder-finden.
- ¿En qué habla ésta mujer, en élfico? – replicó Berta.
- Según me dijo Pako en un mail hablan un dialecto aislado.
- ¿Y cuántos años tiene el tal Pako? Pensaba que sería de nuestra edad, sobre todo por la K.
- No lo sé. Yo también pensé que sería joven. ¿Y qué más da? Hemos dicho que veníamos a descansar y disfrutar de la naturaleza, no a ligar.
- Todo esto es muy raro.
- Relájate y disfruta. Mira qué montañas.

Llegado a éste punto, el Iseta se adentró en un bosque bastante espeso. Hilda dio las luces y fue sorteando árboles y piedras hasta llegar a un claro, donde se levantaba una casa típica andaluza.

- Lo flipo. Lo flipo pero de verdad.
- Y yo.
- ¡Pakoooo, dolmi! ¡Spanilars egor endorfel!
- Voy cariño. Espera que me ponga algo.

Pako se estaba dando un baño en una de esas piscinas hinchables, completamente desnudo. Se lió una toalla y dando saltitos se acercó hasta nosotras con una gran sonrisa.

- ¿Qué tal el viaje? ¿Queréis una cerveza?
- Bueno – le dije mientras le tendía la mano.
- ¿Dónde estamos? – Apuntó Berta
- Esta es Villa Karmona con K, para que no desentone con la lengua local ¿Te gusta?

Una casa blanca como la nieve, con preciosos enrejados en las ventanas, un pozo, fuentes y una gran cancela, se levantaba en mitad de un bosque de montaña, en el corazón de los Alkes.

Hilda nos trajo unas aceitunas y unas patatas fritas con dos cervecitas bien tiradas, y Pako nos explicó que nuestra cabaña estaba a media hora de allí.

- Tenemos que salir en un rato, antes de que bajen los novicios.
- ¿Novicios?- Coreamos las dos.
- Si, en ésta época suben al pico Kleinndel por la mañana temprano y bajan al atardecer. El camino es muy estrecho y no podemos cruzarnos con ellos.
- ¿Hay que subir andando? – Exclamó Berta con cara de susto.
- Espero que hayas traído unas buenas botas, sino Hilda te deja unas. Voy a prepararme, ahora vuelvo.

Berta me clavó los ojos inquisitivamente, mientras yo rebuscaba en mi mochila.

- Ponte tus botas y unos buenos calcetines. No querrás despeñarte…
- Vete a la mierda.
- ¿Por qué te enfadas? Es todo perfecto. Mira que casa, mira el bosque, mira las montañas. ¿Te imaginabas a un andaluz, viviendo en un bosque con una alkina de ochenta años que habla élfico?

En unos minutos volvió Pako equipado para escalar el Everest. Llevaba cuerdas, piquetas y botas con pinchos. Hilda acudió a despedirnos, entonando la canción con nuestros nombres y Friedrich trajo, balanceándose de lado a lado, una bolsa con bocadillos que tuve que sacarle del pico.

Avanzamos por el bosque, siguiendo la misma senda por la que había corrido el Iseta de Hilda, hasta que delante nuestro se abrió todo el valle rodeado de montañas imponentes. A lo lejos aún se oía la voz de Hilda entonando otro cántico.

Pako tomó un camino al borde del precipicio y empezó a subir sin ningún esfuerzo.

- Vamos chicas que no se diga.
- Estas vacaciones prometen.
- Menuda mierda.

jueves, julio 17, 2008

Un día de perros

09.00 A.M.
- ¿Por qué no te portas bien? Luego piensan que he sido yo y me llevo la bronca.
- Es que me aburro. ¿Cuándo vendrán?
-
Ya queda menos. Échate un sueñito y cuando te quieras dar cuenta estará el coche en la puerta.


10.30 A.M.

- No puedo dormir… ¿Estás dormido?
-
Si
- Voy a dar una vuelta… ¿Te vienes?
-
No

11.00 P.M.
- ¡Mira, ven!. Creo que he visto una ardilla en el olmo, de las que te gustan. Seguro que entre los dos podemos cogerla…
-
Como sea mentira te vas a enterar.
- Es verdad, te lo prometo. Esta ahí, en esa rama de la derecha…

13.00 P.M.

- Te he dicho que no rompas cosas, que luego me llevo yo la bronca. ¿De dónde has sacado ese calcetín?
- Del cesto de la ropa. Lo pillé ésta mañana sin que me vieran.

- Eres tonta. ¿No ves que luego te regañan y tú te pones triste?
- Me aburro.
-
Ya queda menos.


15.00 P.M.

- ¡Escucha! Hay alguien en la puerta… ¡Vamos corre!
- Es gente paseando por la calle.
- ¡Y qué más da, vamos a darles un susto!
-
Paso.


16.00 P.M.

- Te echo una carrera.
-
Te gano.
- A que no.
-
Te dejo ventaja, corre.
- ¡Allá voy!



17.30 P.M.

- ¿Nunca tienes miedo de que no vuelvan?
- Ahora ya no. Sé que ellos siempre vuelven.

- Pero. ¿Y si un día no vuelven?.
-
Te digo que eso nunca pasará. ¿No ves cómo nos quieren?
- Es verdad. No tienen nada que ver con los anteriores amos.

-
¿Tú te acuerdas?
- Ya casi se me ha olvidado. ¿Y tú?
-
Ya no. Aunque lo debí pasar fatal porque les he oído decir que cuando vine estaba en los huesos y muerto de miedo.
- Yo soy feliz.
- Y yo.

jueves, julio 10, 2008

Isla Desconcierto


Hoy hace once meses que me fui de casa. Me levanté de la cama una mañana y decidí que ese era el último día, de aquella existencia de pocas esperanzas.

Así que sin más, me compré un billete de ida a un lugar llamando Nueva Esperanza del Norte, que encontré dando vueltas a un globo terráqueo, y posando el dedo al tuntún. N.E. estaba en una isla norteña llamada Isla Desconcierto. No la había oído nombrar en mi vida, así que buscando en “Wikipedia”, me enteré de que era un lugar inhóspito y desangelado al tiempo que desconcertante.

“Isla Desconcierto fue descubierta casualmente en el siglo XIX, por el novelista salseño Antolin Penafina, que tras dos meses a la deriva por el Mar Balsámico, arribó a sus costas un 11 de Marzo de 1811. Antolín pronto descubrió, que tras el aspecto lúgubre de su nueva tierra tan distinta a su Salsa natal, se escondían infinidad de recursos y oportunidades. Durante veinte años de trabajo duro consiguió crear un primer asentamiento, que poco a poco se fue poblando con personas de diferentes lugares, atraídas por la leyenda del aventurero salseño. Fundó la Organización hoy conocida como Penafina Sociedad Infinita, de ayuda a las “Personas Sin Esperanza”, hoy presidida por su tataranieto Felicísimo Penafina, ilustre escritor y presidente de la Real Academia de la Lengua Desconcertense. Llaman la atención su extraño clima, así como su lengua y sus gentes desconcertantes”.

Llegué a N.E. un 11 de Marzo exageradamente ventoso. Nada más bajar del avión un azafato pelirrojo me regaló una bolsa con el logotipo de Penafina S.I., y me entregó una nota que decía así: “Bienvenido a Nueva Esperanza del Norte. Esperamos que venga lleno de ilusiones y que todas ellas se vayan cumpliendo. Con todo mi afecto. F. Penafina.”

Una vez acomodada en el tren abrí mi bolsa e hice inventario del contenido:

- Un periódico con varias ofertas de empleo y alojamiento rodeadas por un círculo rojo
- Unas gafas de broma con nariz y bigote incorporado.
- Una novela titulada “El triunfo de los auténticos”, de A.P.
- Un paquete de gomas para el pelo.
- Unos zapatos Clarks.
- Una Pepsi-Max y un paquete de Palitos PeP (que tragué en aquel momento sin pensármelo dos veces).

El tren llegó a la Estación Central de Nueva Esperanza a las once y once minutos, tras media hora de trote por una estepa verde azulada. Me encontré en una moderna estación llena de tiendas, puestos y gentes de diferentes razas e indumentarias que me sorprendieron gratamente. Lo primero que pensé fue que los de "Wikipedia" no tenían ni idea de lo que allí se cocía. Gracias al periódico que llevaba, encontré casa y trabajo ese mismo día.

Tras once meses en N.E. debo decir que mi experiencia es más que positiva, y que deberá ocurrir algo muy grave para hacerme volver a casa.

Mis zapatos Clarks me han ayudado a superar, tanto mi ir y venir por el restaurante en el que trabajo, como mis caminatas por ésta ciudad llena de sorpresas. Mi primera semana de trabajo me pelé ambos talones, y fue tal el dolor que tuve que dormir varias noches boca abajo, y con los pies por fuera de la cama. Me explicaron que el clima de Isla Desconcierto afecta a los pies. Fue entonces que me acordé de mis Clarks, y nunca más he vuelto a tener heridas.

La ciudad tiene un clima raro. Tan pronto amanece soleado como nublado, unos días hace calor y otros un frío que pela. Lo más asombroso de todo es que justo antes de producirse algún acontecimiento, se desata un viento infernal al que llaman “esdrújulo”, que azota a toda la ciudad limpiando calles y revolviendo las melenas, como si fueran tornados sobre nuestras cabezas. Por eso siempre llevo mis gomas para el pelo; nunca sabes cuándo las vas a necesitar.

Todos los días tomo el autobús de dos plantas que me deja en el trabajo. Me gusta sentarme en el piso alto y observar a las gentes. Al mismo tiempo leo “El triunfo de los Auténticos”, la obra escrita por el fundador, que no es ni más ni menos que la Historia y Costumbres de Nueva Esperanza. Levanto la vista, y pongo cara a cada uno de los personajes que aparecen en el libro, y voy entendiendo cada día un poco más de éste lugar, y de lo auténticos que son sus habitantes.

El otro día visité el Museo de la Ciudad y me sentí completamente identificada con la Filosofía de vida que impulsó el viejo Antolín. Se habla el “espikintodo”, una mezcla de todos los idiomas que han ido llegando a la isla. El resultado es una lengua singular, en la que se utilizan tanto palabras como gestos. Tienen tal empeño en entender y hacerse entender, que todos enriquecen su idioma a diario. Llama la atención la cantidad de palabras esdrújulas que utilizan de las lenguas romances, y el uso de palabras eslavas y sajonas sobre todo para hablar del tiempo.

En cuanto a las diferentes razas que habitan, todas son ensalzadas como ejemplos de belleza, y se celebra con especial alegría la unión de dos personas de diferente origen. Sus hijos son considerados seres humanos
extraordinarios, con una herencia genética más rica y más sabia. Las religiones se han ido difuminando de manera natural. Prolifera en éste momento un sentimiento común de gratitud con el Entorno Natural, que se considera el dador de todo lo que tenemos.

Aunque hay un sistema monetario como el del resto del mundo (acuñan el
Solete), reina en toda la Isla un espíritu generoso. No anhelan atesorar y enriquecerse, sino solamente tener lo justo para vivir. Además se preocupan constantemente de que no le falte nada al vecino.

Como la gente está liberada de prejuicios, nadie mira a nadie. Te puedes sentar en el metro o en el autobús y no tener miles de ojos observándote. Puedes ir por la calle cantando, bailando o vestido de otros tiempos, que nadie vuelve la cabeza. Creo que para eso tengo las gafas con nariz y bigote, para terminar de desinhibirme del todo y olvidar mis antiguos prejuicios. Cualquier día las estrenaré.

Hoy me pasaré por la ONN (
Oficina del Nuevo Nombre), para dejar de ser Laura Rubicunda. He pensado ponerme Laura Vivealdía, ya que denota mi estado actual de dicha y me han explicado que te lo puedes cambiar tantas veces como quieras.

Espero impaciente la visita de mi amiga María Pocafé. Me cuenta en su última carta que su vida le parece un barco a la deriva, sin esperanza de llegar a ningún puerto.

lunes, julio 07, 2008

El Lago de los deseos


Sofía tenía el corazón roto. Esa relación por la que tanto había apostado, hacía aguas desde hacía demasiado tiempo, y ya ni siquiera era capaz de recordar en qué momento de su vida, había mandado a su dignidad a paseo y había dejado que se instalara aquel ir y venir de tortura y desamor.

Blanca había pasado por algo parecido, por eso sabía cómo aconsejarla y estaba empeñada en ayudar a su amiga a salir de aquel bache. Habían quedado en pasar el día juntas, y Blanca le había propuesto “deshacerse” de su verdugo de un modo espiritual, mediante un "ritual de alejamiento".

- Tráete una foto de él. Vamos a mandarlo bien lejos de tu vida para que no te pueda atormentar nunca más.

Hacía un par de meses que no se veían por culpa del trabajo y las obligaciones. Se abrazaron y se hicieron fiestas durante un buen rato antes de ponerse en faena.

- He pensado que podemos ir a pasar el día a Valmayor. El campo está precioso y creo que es un buen lugar para conectar con tu “yo interno”. Podemos comer allí y de paso tomamos un poco el sol.

Se instalaron en una zona arenosa, una playita de agua dulce con las montañas coronadas de nieve, enmarcando el contorno del lago.

En seguida se pusieron en situación. Sofía tumbada boca arriba, dejó que su amiga equilibrara sus chakras. Sintió cosquilleo desde la coronilla hasta la punta de los pies, quedando completamente relajada. Cuando hubo acabado Blanca sacó un cuaderno y un boli, y se lo tendió a Sofía con una sonrisa.

- Me siento muy inspirada. Creo que esto va a funcionar. Voy escribirle una carta de despedida y a desearle lo mejor. Incluso creo que le voy a dar las gracias por lo que he aprendido a su lado.

- Esa es la actitud. Así vas a superarlo antes de lo previsto. Tampoco te enrolles, sé concreta y según vayas escribiendo, toma conciencia de cada palabra. Pronuncia cada frase mentalmente para que tome fuerza.

Sofía se sentó un rato a solas. Buscó inspiración en las suaves formas del espejo azul del agua. Estuvo un buen rato escribiendo mientras su amiga, tumbada en la arena, se perdía entre borreguitos blancos que trotaban por el cielo.

-
Ya estoy lista. ¿Qué hago ahora?

- Lo que te salga de adentro. Creo que va a funcionar mejor si te dejas llevar y lo haces todo con el corazón.

Sofía sacó una foto de 18 x 24 en la que Carlo parecía un actor de cine. Era un retrato de estudio, que reflejaba a un guaperas de mirada tierna y una medio-sonrisa cautivadora. Se quedaron las dos embobadas mirándolo un buen rato.

En el reverso de la foto una letra cuidada rezaba:

Per la più bella ragazza del mondo del suo Principe Azzurro

Carlo

P.D. Spero ansiosi di ricevere la tua lettera.

Carlo Marini
Via Avidio Cassio 6. Roma 00175 Italia

Blanca le arrebató la foto a su amiga, para evitar que ésta agarrara el móvil y marcara el prefijo de Italia.

-
Muy bonito. Espero que se de cuenta de la mujer que ha perdido.

Sofía respiró hondo y decidida caminó hasta la orilla. Abrió la carta y con voz firme recitó su propósito de empezar una nueva vida, lejos de aquel galán que no era capaz de jugársela por ella. Lanzó sus palabras con energía a lo más alto. Dos mariposas cruzaron ante ella y se alejaron arrastrando sus palabras, haciendo espirales y cabriolas hasta perderse en el horizonte. Después envolvió una piedra con el papel y lanzó el paquete lo más lejos que pudo lago adentro.

Entonces miró a Carlo a los ojos y diciéndole adiós posó la foto en el agua y de un empujoncito, la puso a navegar hacia el centro del pantano. La vieron alejarse, azuzada por la brisa en ondas cada vez más amplias, hasta convertirse en un reflejo más.

Después de unos minutos mirando al infinito, una nueva Sofía esbozaba una sonrisa limpia y más segura.

-
¿Me cortas el pelo?

A un kilómetro de allí Esther se disponía a inmortalizar en su cuaderno, las montañas que tenía frente a sí. A pesar del día soleado sus ojos reflejaban nubes de tormenta. Estuvo un rato haciendo trazos en el papel, hasta que de pronto arrancó la hoja y la convirtió en proyectil que arrojó con rabia a las azules aguas del pantano. Su bretón salió disparado, y saltando de roca en roca llegó hasta la orilla, donde el papel iba y venía sin decidirse a zarpar. Trepó de nuevo hasta su ama y dejó el papel a sus pies, moviendo el rabo esperando que lo tirara de nuevo. Ella se abrazó a su perro y empezó a llorar, a lo que su amigo respondió con un sin fin de lametones, dejando sus mejillas secas en un momento.

-
Dime la verdad, eres un Príncipe Encantado. ¿Dónde tengo que besarte para que desaparezca el hechizo?

Lennon la miraba como si entendiera, con sus ojos miel reflejando a su ama, en el centro del paisaje. Posó la pata en su hombro en un intento de abrazarla y ella le besó la cabeza esperando que apareciese su Príncipe.

- Mira que soy boba. Los Príncipes Encantados no existen.

Lennon ladeó la cabeza inquisitivo.

- No te enfades, tú siempre serás mi príncipe, el mejor que se puede tener.

Esther cerró lo ojos y respiró hondo tratando de buscar la calma. No podía seguir así. Su último fracaso sentimental había hecho de ella un ser huraño, que se refugiaba en sus cuadernos y que no anhelaba más compañía que la de Lennon. No le gustaba el reflejo de sí misma, siempre triste, amargada.

Entonces tomó el lápiz y empezó a plasmar sus deseos en el papel, en versos desiguales y danzarines, al principio lentos, meditados, después rápidos y espontáneos, directos desde el corazón. Describió a su Príncipe con pelos y señales, plasmando en cada letra los deseos más profundos. Una vez terminado lo leyó sorprendida, y no pudo más que sonreír divertida ante aquel arranque de espontaneidad.

Llevada por la emoción, recitó los versos al lago y las montañas. Después hizo un avión con el papel que lanzó con fuerza y tras trazar piruetas en el aire, fue planeando hasta posarse a varios metros de la orilla. Poco a poco la brisa lo fue arastrando, hasta que sólo fue un puntito más en el agua.

Ahora se sentía mejor. Había sacado a la niña que llevaba dentro y había hecho algo hermoso. Se sentó de nuevo en la piedra y dejó que el sol hiciera cosquillas en su cara, mientras observaba el paisaje con otros ojos.

La sacó del sopor el ladrido insistente de Lennon. Venía de abajo, junto al agua; se asomó desde lo alto y le vió ladrando a algo que se aproximaba lentamente.

- Lennon ven, sólo es un papel.

Pero el perro seguía ladrando. Lo vió saltar de roca en roca hasta llegar a la altura del objeto, y con mucha habilidad lo recogió del agua y dió marcha atrás sin perder el equilibrio. Después escaló la roca y colocó con cuidado junto a su ama, una fotografía tamaño cuartilla.

Esther se quedó sin habla. Allí estaba plasmada la imagen del hombre que había soñado. Sus ojos dulces, su sonrisa sincera le decían en otro idioma que esperaba ansioso una carta suya.

Y sin dudarlo un instante tomó su cuaderno y empezó a escribir.

miércoles, junio 18, 2008

De ratones y mensajes embotellados


Eran las once y media de la noche. Cerraba caja, apagaba las luces y el restaurante quedaba sumido en una paz sólo perturbada, por la loca carrera de un ratón al que nadie conseguía dar caza. A mí me hacía reír, se burlaba de todos nosotros con la misma flema inglesa de sus captores. En realidad creo que nadie se empeñaba a fondo en atraparle, y a mí eso me encantaba. Yo sabiéndole a salvo en el fondo del ropero, me iba contenta a casa.

La calle estaba animada. Tu me esperabas en la acera de enfrente, bajo una farola en plan Don Gato, con tu bolsito cruzado y los pelos de punta. Siempre sonriendo, generoso, a pesar de que por dentro estabas regular, seguramente por el trabajo o alguna pena de amor.

No habían pasado cinco minutos de caminata y ya se nos había olvidado todo, hasta el inglés. Nos reíamos de nuestras sombras, que les faltaba lucir peineta y volantes de lo mucho que españoleábamos. Qué sana esa risa contagiosa de no sé qué… creo que no es otra que la de la felicidad instantánea. En ese momento nos sentíamos libres, descargados de preocupación, de vicios, de prejuicios. No era la felicidad plena, infinita, sino la de ese momento y ese lugar; nos mirábamos y reíamos, e improvisábamos los siguientes minutos sin relojes ni calendarios.

El cansancio de todo el día ponía nuestros pies rumbo a casa. Tomábamos el bus, piso alto primera fila, y como en una montaña rusa atravesábamos a toda velocidad la City londinense, desierta, misteriosa, tan vieja y tan nueva al mismo tiempo. Nos encantaban esas minúsculas iglesias góticas, incrustadas entre los edificios modernos; y la leyenda de la piedra de origen celta, que guardaban dentro de una urna de cristal en mitad de Cannon Street. Habíamos leído que era el resto de un altar sobre el que los romanos fundaron la ciudad; y ahí estaba, invisible para la mayoría de la gente que pasaba ante ella.

Cuando llegábamos a Liverpool Street, siempre imitabas la voz de aquella triste mujer que anunciaba las estaciones de metro. Me hacías reír a cada paso, con tus imitaciones de "chiquito" en hindú y tantas otras.

Desde White Chapel hasta la puerta de casa, más risas; Llegábamos rendidos, pero por arte de magia la charla había desbancado al sueño y más espabilados que nunca, nos mirábamos cómplices. “Hace una noche preciosa, ¿Nos damos una vuelta?”. El barrio en silencio y nosotros niños jugando con la noche. Primero el callejón de Jack El Destripador, con sus ladrillos comidos por la humedad guardando oscuros secretos. Luego cruzando la calle, aquel cementerio-jardín con lápidas de una familia olvidada que vivió dos siglos atrás. Y de ahí rumbo a la Torre de Londres, donde algún cuervo con insomnio hacía coros a nuestras carcajadas.

Recuerdo una noche, en la que cruzamos al otro lado del río y encontramos aquella iglesia tan bonita; la luz del interior reflejaba las vidrieras de colores en tus ojos que por un momento parecían dos discos de psicodelia. Era de cuento, “La casita de chocolate” que tanto me gustaba de niña.

Caminamos siguiendo el curso del río, observando la cara más hermosa de la ciudad, con la catedral recortando el cielo de estrellas, los últimos rascacielos abriéndose paso hacia lo alto y más lejos, los tejaditos con sus chimeneas de deshollinador, y la luna llena trepando por ellas.

Estábamos tan unidos que las mismas ideas nos asaltaban la mente; esa dicha tan tonta y tan auténtica había que inmortalizarla, y no sólo con la cámara. "No sé, hagamos alguna travesura; ¿Y si lanzamos una botella con un mensaje al río?" -¡Si! (a dúo). Y nos pusimos a improvisar unas letras en la libreta del restaurante. Pusimos nuestros nombres y correo electrónico dentro de dos botellas de coca-cola, y las lanzamos a las negras aguas como quien lanza fuegos artificiales.

Esos barquitos no encerraban frases elocuentes; llevaban mucho más en sus bodegas: el alma de nuestra amistad, el aroma de aquellas horas compartidas.

Fueron muchas las caminatas. No todas bajo estrellas y luna llena, ni todas a carcajada limpia. Muchas veces llovía, y las lágrimas nos hacían compañía. Y aún así, tarde o temprano encontrábamos la manera de volver a sonreír, como aquel día gris en el que todo nos salía mal; para rematar la jornada nos diluvió sin piedad ni paraguas, y nos fuimos calle abajo apoyados el uno en el otro, dejando que la lluvia arrastrara nuestras lágrimas por el asfalto. Después, nos moríamos de la risa comparándonos con aquellos centuriones romanos de los dibujos de Astérix, que se consolaban uno al otro tras recibir una paliza.

Te hiciste inolvidable para mí, y ni siquiera estoy segura de dónde te encuentras ahora. Han habido tantas cosas que me hubiera gustado compartir contigo y no he podido... Me pregunto si es que ya no habrá más momentos, si es que aquellos son los que fueron y lo serán siempre, sin más. Si sólo vas a ser el recuerdo entrañable de ese chico, que venía de Madrid con el bolso lleno de paquetes de lentejas el Hostal y chorizo del pueblo, y hasta las pastillas de Avecrén, y desplegaba un arco iris de ternura y alegría por White Chapel. Si todas esas cosas que sembraste en mi memoria y en mi corazón se tienen que quedar así, y no tendrán continuidad.

Porque cuando me levanto una mañana, no con la luz del sol sino con el despertador, y una vez en la oficina veo a la monotonía (qué pesada), trepando por las patas de la mesa, y las noticias de la radio tienen nubes de tormenta. Daría lo que fuera por poder repetir cualquiera de esos días a tu lado; sólo para llorar de alegría contigo. O reír de tristeza.

Mi botella cruzó el Canal de la Mancha y llegó hasta las costas francesas. Un chico llamado Michel me escribió un e-mail un año después, cuando yo ya estaba en Madrid. De la tuya nunca supimos, quizás siga surcando los mares buscando un buen puerto al que arribar. Quizás se detenga el día en el que te detengas tú.


Yo, no he vuelto a tirar botellas con mensajes con ningún otro amigo.

lunes, mayo 05, 2008

Nieve sobre Madrid

A mi abuela, que vivió y murió enamorada de su único amor
a pesar de pasar media vida sin él.
 
"¿Y qué hago con nuestros sueños, con las fotos, las letras y el recibo de la luz...? Dime qué hago con mis manos, mi piel joven y mi corazón enamorado. "
"¿Y las niñas…?". Parecían decir sus ojos reflejados en el cristal.

Por la ventana ve el cielo blanco, anunciando una nevada que no termina de caer. Su corazón se está apagando poco a poco y la vida, en su último episodio le tortura con la imagen de la mujer que tanto ama hundida en la desesperación. Esos ojos grises que nunca le han negado una sonrisa, parecen dos lagunas bajo una gran tempestad. Enormes, rabiosos, llenos de fuego.

Había visto morir compañeros en el frente. Conocía las miserias de la guerra. Tenía miles de recuerdos con los que atormentarse, ahora anulados por la imagen que tenía frente a él.

No llores mi amor. Ya verás que me pongo bien. Dentro de nada estaremos paseando de nuevo por la Gran Vía, comiéndonos unas bravas en Atocha y yendo al cine del Paseo de las Delicias. ¿Dónde están las niñas?”

Cinco y siete años; demasiado niñas para entender nada. Se preguntaba qué recuerdo guardarían de su padre, a parte del azul fuerte de sus ojos y el imponente uniforme. No había tenido demasiado tiempo para enseñarles grandes cosas, y tantas ilusiones y proyectos quedarían truncados para siempre. Le hubiera gustado verlas crecer, convertirse en mujercitas; conocer sus primeros amores, aconsejarlas, protegerlas. ¿Por qué tuvo que ir a ésa estúpida guerra?. Ahora postrado en una cama extraña viendo el cielo sin terminar de descargar, pensaba que la factura era demasiado cara.

"Están con tu hermana, no saben nada".

Sus manos temblorosas, tan pequeñas, le trajeron a la mente la noche de San Juan de 1936. Estaba destinado en Estepona desde hacía pocos meses, y dados los tiempos revueltos que corrían, no había podido disfrutar de aquel lugar increíble, tan distinto de Madrid. Por eso aquella noche era especial; estaba de permiso y había oído decir, que los lugareños hacían hogueras en la playa y bailaban hasta el amanecer. Al caer el sol, él y sus compañeros se plantaron en la playa, donde corros de jóvenes daban palmas y entonaban alegrías y fandangos al calor del fuego. Aquellas chicas andaluzas tenían algo especial, el sol les daba un brillo en la mirada y una alegría, que curaba todos los males.

Entonces la vió y ya no hubo ninguna más. Era distina, un poco apartada, sin duda tímida. Era la imagen de la fragilidad, con su cabello dorado peinado a lo Claudette Colbert. Sonreía escuchando las bromas de sus amigas y en su porte delicado, toda ella era el centro del Universo. Sus manos eran chiquititas, muy blancas y de vez en cuando las palmeaba sin demasiado salero. Al verle se sonrojó, le pareció guapísimo, un "Clark Gable" a la española; y le dedicó una media sonrisa coqueta, que cambiaría el rumbo de sus vidas.

Tras doce años y dos guerras seguía tan enamorado como entonces. La veía apollada en la ventana con la mirada en el infinito. De vez en cuando comprobaba el pestillo de la ventana de madera, como si de ese modo, puediera evitar que se le escapara la vida por las rendijas. Y fijaba la mirada de nuevo en el cielo de nieve, esperando que de un momento a otro, empezara a caer.

"Qué guapa estás. ¿te he dicho hoy que te amo?". Con la mirada perdida en las nubes parecía una niña. El agua de sus ojos delatando sus pensamientos. "¿Por qué ésto, si somos tan felices?"

Durante la 2ª Guerra Mundial pasó meses con la nieve hasta las rodillas. Esa pesadilla que no era la suya, le había devuelto a casa arrastrando una enfermedad lenta e incurable. y ahora, en el final de su vida el cielo de Madrid guardaba en sus entrañas un cargamento entero, para cubrirle con su manto blanco. Menuda broma del destino, o quizás no. Tal vez era un acertijo.

Hubo noches de hielo en las que contaba las horas, mirando al fuego sin pegar ojo, imaginando su cara, su cintura de muñeca, sus manos blancas entre las suyas. Se entretenía planeando un reencuentro, a veces en la Estación del Norte, buscando sus bucles entre el vapor y la multitud. Otras en la misma playa donde se dijeron adiós. Y la mayoría de las noches, antes de dormirse maldecía el día que decidió partir; esa tonta manía de vivir en una constante aventura, de conocer lugares, de arriesgar la vida... "Es una gran oportunidad, harás carrera..." le habían dicho en el Cuartel. Y en una España destruida, comprendió que era la mejor manera de empezar de nuevo.

"¿Por qué no descansas un rato? Tienes cara de no haber dormido en días. Vete a casa y te acuestas." Sabía la respuesta pero él, tan dado a conversar de cualquier cosa, no sabía que decir en éstos momentos. "Prefiero quedarme, no tengo nada que hacer en casa. Además, si voy me van a preguntar todos...". Con la voz rota buscaba de nuevo el abrigo de las nubes.

Aquel verano del 36 la persiguió sin tregua en cada permiso. Al principio, por timidez o por cautela de no ser vista por sus tíos, ella le guardaba las distancias. Pero a medida que avanzaba el verano, sus encuentros dejaron de ser fortuitos, y los aceptó con una naturalidad exquisita, que a él le rebasaba el corazón.

Solían encontrarse en la Iglesia de los Remedios, a dos manzanas de la casa de sus tíos. Ella aparecía siempre acompañada de su amiga Ana, que a la media hora de caminata sin rumbo, con mucha gracia recordaba que tenía que hacer algún recado y desaparecía. Entonces, con una sonrisa silenciosa, retomaban el camino a la playa, como un tributo a la noche en que se conocieron. Paseaban hasta que el sol comenzaba a perderse tras la serranía, regalándoles abanicos de oro.

A los pocos días estalló la guerra en España y como si con ellos no fuera, pasaron los dos años flotando en una nube, escribiendo su historia de amor. Terminada una guerra estalló otra en Europa y la decisión de separarse por un año para ir al un frente lejano fue dura y cruel, pero no sirvió más que para fortalecer su amor. Ellos, tan ajenos a ideologías, se veían ahora sacudidos sin remedio por la más mordaz de todas.

Nada más volver se casaron; y con el tiempo consiguió borrar el zumbido de los aviones y el olor de la sangre y el frío.

Ella sigue ausente, tan lejos como aquellas noches de verano en Estepona. El estira la mano para tocarla y ella da un respingo, temerosa de que sea el final. El bromea, le cuenta anécdotas de compañeros del trabajo, de la última carta que recibió de su hermano. Ha oído en la radio que el Atleti estuvo imponente frente al Sevilla con cinco goles a uno. "¿Has ido a mirar los abrigos de Sepu? No quiero que vayas desabrigada, anuncian bajo cero para los próximos días".

Pero entonces el mundo se para. Madrid enmudece y el cielo comienza a deshacerse en plumas blancas que caen a cámara lenta cubriendo las almas rotas de una quietud artificial, irreal.

Y todo acaba. Madrid deja de existir. Y el Mundo.

Tampoco existen ya los Ángeles que se arrancan las plumas en lo alto.


Madrid, madrugada del 27 de Noviembre de 1997


Desde la ventana de su cuarto ve la calle desierta. El silencio sobrecoge, sumerge en una especie de sonambulismo mágico, que hace pensar en la soledad de ser el único ser despierto. No puede dormir y los apuntes sobre la mesa no dan mas de sí.

Entonces algo la saca de la hipnosis. Un lamento lejano, una voz femenina, familiar aunque con un acento distinto, más juvenil. Abre despacio la puerta, escucha atenta, lo vuelve a oír. Camina despacio por el pasillo hasta la puerta entornada de donde viene la voz. Se asoma y la ve temblorosa bajo las sábanas, los ojos muy abiertos, asustados, llorosos...

- Abuela, soy yo, tienes una pesadilla.-

Tarda un rato en volver a la realidad. Aprieta con su manita minúscula la mano de su nieta buscando consuelo.

- Estaba soñando con él... soñaba que venía a verme y estaba igual, tan joven y guapo... y yo no quería que me viera así, arrugada...-

Aprieta los ojos para que no la vea llorar.

- Duérmete abuela, mañana te sentirás bien. -

La besa en la frente mientras la arropa. La noche está fría. La abuela le agarra la mano una vez más y pregunta:

- ¿Ha empezado a nevar ya...? -

Su voz suena más tranquila.

domingo, marzo 30, 2008

Acuarelas - Octubre de 2005


Resulta que bajo la escalera rumbo al frío, con esa penita infantil de anhelar el refugio de tu abrazo bajo el nórdico y el bulto perruno en el costado.

Y cruzo la explanada frente a la Iglesia, a la que miro de reojo por esa costumbre que tengo de buscar la magia aunque sea para ir a la oficina.

Y llego a la parada de autobús y me arropo de neblina anónima entre desconocidos. Me doy una vuelta por los campitos de mi memoria y me veo de la mano de mi abuela esperando el autocar del colegio... dándome su besito saleroso, sabedora del pellizco que mi timidez e inseguridad me producen en el pecho.

El autobús verde atraviesa los campos como un saltamontes gigante. Aún en tinieblas los campos son retales amarillos, ocres y verdes, que tienden una enorme colcha sobre la tierra dormida. Al norte las montañas, en pliegues azulados y al este Madrid, en flecos desiguales, sucios y desgastados por el uso.
Avanzo calladita, no opongo resistencia a pesar de ésta penita infantil. Mis párpados, persianas enrollables, suben y bajan en disputa con el sueño que aún me ronda; y cuando están apunto de perder la batalla, el amanecer me regala una acuarela multicolor, primero usando una paleta de rojos, fucsias, naranjas, amarillos que se funden, sin saberse en qué punto, con un azul tan intenso que los ojos se me tornan inmensos, desertores del sueño. Ahora los campos vuelven a la vida. Sus retales toman color y los pájaros, duendecillos rodeados de un halo dorado, se desperezan para buscar el desayuno.

Tengo que agradecer al pintor por ésta belleza. Por éste regalo que me cura el anhelo de tu abrazo y el pellizquito infantil en el pecho.

jueves, marzo 27, 2008

Cuando uno no puede con la vida

Quería escribir algo alegre para equilibrar esta lluvia de barro que me nubla la vista.

Aferrarme a la belleza de las cosas simples, de aquellas que tras el chaparrón te devuelven a la vida. Hablar de la primavera, del olor de la tierra húmeda, los peces, las aves, los niños.

Borrar de mi mente la imagen de un hombre, que por salir de su tierra y trabajar como un mulo está siendo humillado, apaleado, filmado y exhibido.

Quería jugar con mis perros para alejar la mirada de una foca que no sabe que le arrancarán la piel.

Contar estrellas. Hablar de libros hasta la madrugada, y no del cascote de hielo que navega hacia el primer mundo.

Y ahora hay una sola imagen en mi mente. La mirada azul de María, sus vestiditos de flores y su aire sevillano. Palabras sobre su infancia en un pueblo inmaculado, con su abuela de abanico y gazpacho refrescando la alcoba en verano.

En la comida casi todas hablábamos del trabajo. Ella, más entrañable, se abría de a poquito contando con gracejo anécdotas, sin saber que calaba hondo. En la cena de Navidad le tocó improvisar una copla, y ella, aplacando la timidez a sorbos de sangría, entonó un “Ayyyyy Campanero”, que nos hizo reír toda la noche.

Tenía treinta y siete años y algo tan doloroso en su interior como para quitarse la vida. Nos ha dejado mudas, con la sangre helada y sensación de caída libre hacia un futuro que no está escrito.

Me pregunto dónde estará ahora. Si camina perdida en la oscuridad asustada, atormentada igual que en sus últimos minutos de vida.

Quiero ayudarla. Tomarla de la mano y conducirla hasta su abuela, hasta sus calles encaladas con olor a jazmín. Arroparla en una cama limpia, con sábanas blanqueadas al sol; Velarla hasta que se duerma, hasta que la vida se haga su amiga y le regale un verso o una "Soleá" de las que erizan la piel y quitan el "sentío". Dejarla dormir horas, días, para que su alma descansada pueda con todo.

Perdón por la tristeza.

Mañana prometo escribir algo hermoso. Cuando acabe el noticiero lavaré mis ojos y mis manos y soltaré riendas sobre un papel pintando nubes y soñando estrellas.

Esta noche sólo puedo velar por una chica sencilla que no pudo con la vida.

martes, diciembre 11, 2007

Más recuerdos ... y otras reflexiones


No medía más de un metro de estatura. Hacía bastante frío así que mi madre me forró de ropa y como envoltorio final me puso un anorak heredado de mi hermana, que yo no terminaba de rellenar.

Me colocó divertida ante el espejo y me miré de arriba abajo analizando mi atuendo: pantalones de pana con rodilleras, gorro de lana verde con borla, bufanda a juego y manoplas, y ese enorme anorak que me hacía unos brazos largísimos.

Para ella estaba muy bonita pero a mí me daba corte. No muy convencida miré a mi padre que también estaba listo para el rigor del Invierno, se agachó para subirme la cremallera y me dijo: “Vaya yo caliente, ríase la gente”.

Las palabras mágicas me hicieron de repente sentirme calentita y feliz. Mi madre me dio un beso y me puso una mandarina en el bolsillo, y yo, a pesar de la dificultad avancé de la mano de mi padre excitada por la aventura campestre.

La tarde anterior habíamos estado los dos mano a mano colocando el Nacimiento en un enorme tablero, con sus montañas, ovejas, patos y un río de plata. Me encantaban las luces de colores, me parecía de cuento y yo, desatada mi imaginación, me hacía pequeña y me metía en esas casitas que tenían las ventanas de papel de celofán.

Mi padre tan niño como yo, estaba empeñado en que le faltaba algo llamado musgo, así que a la mañana siguiente cuchillo en mano nos adentramos en un bosquecillo cercano para buscarlo . El suelo patinaba bastante y desprendía una neblina azul; Mis ojos estaban abiertos al máximo observando alucinada alrededor, esperando que en cualquier momento apareciera un zorro o cualquier otro animal de
los que salían en los dibujos.

Unos pasos adelante mi padre se paró sonriente: “¡Aquí hay una “mina” de musgo, mira!", y con mucho cuidado trazó un rectángulo alrededor con su cuchillo y levantó la alfombrita verde hasta posarla en mis manos. Pensé que era precioso y además olía a lluvia. Incluso algún trozo traía una seta incorporada. En un momento teníamos la bolsa llena así que contentos tomamos el camino de regreso.

Esta vez teníamos que subir un monte que a mí me pareció una montaña, mis playeras no eran muy adherentes y se me hizo un mundo llegar hasta la cima.

Desde arriba la vista era espectacular. El sol sacaba reflejos dorados de las ventanas de las casas (me acordé de mi Belén) y al fondo la sierra brillaba cubierta de nieve. Mi padre sonriente me sentó en sus rodillas y empezó a detallarme el paisaje: “ Mira, nuestra casa, allí esta mamá asomada a la ventana. ¿La ves?, Aquellas son las cuevas, un día vamos, y allá a lo lejos la Bola del Mundo, ¿La ves? Está cubierta de nieve y tiene una antena en la punta…” Yo buscaba una bola blanca pero no veía nada… “Es una montaña… allí vive un señor todo el año que estudia el tiempo; además hay unas antenas enormes…” Yo miraba el paisaje con la boca abierta, todo era increíble y hasta se me había olvidado el frío y la humedad.

Me encantaba la sensación del sol en las mejillas. Ahora no había ni una nube y el cielo estaba azul intenso. Entonces lo oí.

Era un rumor incesante de trompetas sobre nuestras cabezas. Alcé la vista y ahí estaba: la imagen más bonita que jamás había visto. Decenas de aves formando una “V” perfecta volaban hacia el Sur, incansables, testarudas, valientes… Y yo, clavada en la cima de aquel monte con los ojos como platos grabé esa imagen para siempre en mi retina y en mi alma.

No pasa un Otoño o una Primavera en la que no busque en el cielo una “V” que me dibuje una sonrisa en el alma. Me gusta pensar que son un buen augurio; que la Naturaleza sigue su curso y en algún lugar del Planeta una flor está naciendo o un árbol se prepara para el invierno.

Este Otoño sólo he conseguido ver una, y no de las más grandes. Y no puedo evitar preguntarme si será mala señal, si nacerán menos flores en el Hemisferio Sur y por eso los árboles del bosquecillo cercano, no han tirado aún todas sus hojas.

lunes, diciembre 10, 2007

Monotonía



Monotonía, qué miedo te tengo.

Te estoy sintiendo de nuevo rondando mi puerta, y no sé qué armas tomar para protegerme de tí.

Salgo de casa camino a mi escritorio del día a día. Tomo una ruta diferente con la esperanza de que en mi retina se impriman otras imágenes, que otros aromas me acompañen.

Cambio la música de la autopista; aparco dos calles más abajo... pero al final llego al mismo punto: ésta mesa de lunes idéntica a la del viernes, que me ordena que escriba los emails correspondientes, que de las coordenadas de cada día.

Esta chapa de conglomerado que no sonríe ni aunque le caiga un rayo de sol.

Por la ventana se cuela la imagen de otra monotonía semejante a la mía. Llega cada día a su escritorio y de espaldas a mí realiza su ritual del lunes, idéntico al del viernes. A veces la he visto llorar, y en esos momentos he deseado romper ésta barrera de cristal y llorar con ella, preguntarle su nombre, derribar a su monotonía y recordarle que fuera existen cosas... pero no puedo salir de ésta mazmorra ni sé su número de teléfono.

Sólo me queda esperar a que se cumplan los tiempos, que toque la campana que indica que puedo marchar para preparar la monotonía del martes, que acecha tras de la puerta.

domingo, septiembre 02, 2007

Vértigo


25 de Agosto de 2005

No puedo evitar sentir vértigo ante tu cambio de vida. Yo que te conocí saltando entre la niebla londinense, idealizando el amor como nadie... lo encontrabas prendido en la melena de un madrileño borracho, en el rancho de un lejano yankie, en la chaquetilla de un camarero griego...

Todos en la más absoluta ignorancia te hacían llegar a lo más alto, casi rozar tus sueños con la yema de los dedos. Y yo, que te conozco como si fuera tú, lo veía en las mariposas de tus ojos, cosido en tu chaqueta nueva, en tus pasitos de gheisa hacia el metro de White Chappel. Y cuando el sueño se volvía pesadilla, despertabas como nadie, y volvías a empezar. Una de “cine de rebajas”, una de Sabina, y tu alma volvía a cicatrizar. Misteriosa la fuente de tu fortaleza, creadora de sí misma, como toda tú. Reciclaba tu esencia y te volvía a lanzar a la calle con un nuevo peinado.

Y ahora todo sucede tan rápido... La falta de tiempo para compartir me hace perderme entre la niebla y dar un salto en el tiempo. Subiste a aquel taxi negro con tu vida en la maleta dispuesta a bailar danzas griegas, a olvidar tu lengua, a destrozarte el corazón entre el Mediterráneo y el Egeo... y después te ví plantada en la Castellana hablándome de tu continente olvidado, de esa América colorida y salvaje que nunca pretendiste y que ahora te lleva al Altar.

Todo sucede tan deprisa, este tren va tan rápido que me atrevo a sentir el miedo que tú no tienes tiempo de sentir. Quiero que seas feliz, tienes que serlo. Tienes un master en desengaños y con semejante currículum es imposible que no consigas el amor de tu vida. Solamente, que al igual que Ismael Serrano, siento vértigo. Sé que “ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos”, que ya nadie nos saluda en los bares del Soho londinense... que nuestro Londres duerme en blanco y negro...

Y mi niña: Las dos sabemos, que “Desayuno con Diamantes” ...tiene un final feliz.

jueves, agosto 23, 2007

El lado oscuro de la ciudad



Hay un lugar bajo tierra donde las almas se cruzan sin mirarse y conocen su camino sin tener que abrir los ojos. Se tropiezan emitiendo apenas un sonido imperceptible a modo de “perdón”, “lo siento”, “capullo”, o “que te den”, dependiendo de cada uno...

Allí, la luz del sol nunca llega. La oscuridad, dueña y señora se refugia en túneles estrechos y abovedados que apenas se iluminan cuando máquinas de hierro que trasportan almas rodantes, penetran en ellos absurdas y torpes. Las almas tristes entonces cruzan sus miradas. Parecen pedir auxilio o simplemente reconocerse en la mirada de las otras: “Yo también tengo un examen”; “Mi jefe es un imbécil”, “Estoy cansado de hacer lo mismo”.

A veces algunas almas rompen la soledad compartida con un lloroso acordeón o una nostálgica quena que recuerda otra realidad dolorosa y diferente. Hay almas que se evaden en la lectura. Leen y releen párrafos juguetones que se distraen con el pasar de estaciones expendedoras de almas. Algunas almas dan cabezadas. Otras sueñan con tierras lejanas... Pero todas tan iguales, van envueltas de un halo de tristeza que comparten y se contagian sin remedio.

Viajan por el lado más oscuro de la ciudad yendo y viniendo sonámbulas, nunca sobrepasando el perímetro de la urbe. Todas tan necesitadas de un rayo de sol, de una sonrisa...

Recuerdos II


Hubo un tiempo en que habitaba la copa de los árboles.

A los diez aparqué la bici bajo un árbol, que con voz profunda me decía: “trépame, trépame...” Cautivada por la panorámica decidí poner todo mi empeño en acondicionar la copa, hasta convertirla en el perfecto lugar de veraneo. Cortaba ramas y las subía exprimiendo al máximo el vaso de leche con galletas del desayuno, y con destreza las colocaba en forma de cama de rama a rama.

Trasladé a mi nuevo hogar libros, tebeos, y cualquier entretenimiento con tal de no bajar a tierra firme. Y así en “volandas”, pasé las vacaciones entre reprimendas paternales, quienes no terminaban de ver bien que pasara tanto tiempo fuera de casa.

Al final del verano mi familia lo tenía asumido de tal modo, que mandaban a mi hermana con la merienda y de paso para asegurarse que seguía viva. Llegado Septiembre no fue fácil hacerme comprender que tenía que abandonar mi casa para ponerme el uniforme y regresar a mis libros “Santillana”, a las misas de los jueves...

Aquel invierno utilicé mi árbol para evadirme en las clases de Matemáticas de “la Baranda” y cuando llegó la primavera corrí a asegurarme que mi nido seguía allí.

Llegado Junio lo restauré y volví a treparme a las alturas con mi rebeldía y mis bártulos a la espalda. Pero una vez instalada comprobé horrorizada que algo no marchaba bien: la Magia que me envolvía un año atrás se estaba evaporando entre las hojas de mi árbol, y poco a poco empecé a abandonarlo para dedicarme a otras cosas.

Entonces vi a mi alrededor miradas de nostalgia que comentaban mi estirón y la evidencia de que inevitablemente me hacía mayor.

jueves, septiembre 22, 2005

René


Hay un niño de piel canela y ojos inmensos que me mira desde el fondo de mi corazón. René tiene cinco años, y se me coló en el alma hace siete meses, en la Plaza de Armas de su ciudad, la más bonita que jamás he conocido.

El Cusco tiene angostas calles de piedras milenarias, muros increíblemente perfectos levantados allí por sus antepasados, con una técnica misteriosa que nadie ha sido capaz de recrear.

Hace quinientos años los conquistadores intentaron competir arquitectónicamente levantando paredes, que muy lejos de parecerse a las originales, los habitantes del Cusco muestran con una sonrisa pícara: “Éste es el muro de los Incas y éste, el Muro de los Incapaces”.

René recorre la Plaza de Armas a las dos de la madrugada de la mano de su hermana, dos años mayor. En sus manos porta llamitas y cóndores de lana a modo de souvenir, a la espera de que algún gringo le de un dólar o un euro por su preciada mercancía. Si le preguntas, te cuenta que sus padres están en Machu-Pichu trabajando. No, mañana no va a faltar a la escuela; Sí, tiene sueño, pero le da miedo estar sólo en casa. Es que tienen que trabajar, necesitan comprar cuadernos y lápices para la escuela...

René tiene razonamientos de adulto a sus cinco recién cumplidos, y no se pregunta por qué anda por las calles trabajando en lugar de jugar y dormir, como haría un niño nacido en otro lugar.

Yo sí me lo pregunté y cuando conseguí sacarme el nudo de la garganta grité a la Historia, a los gobernantes, al norte del que venía, con sus naciones de aluminio, petróleo y silicona... Sacudí la rabia a golpe de euro y cuando me serené, me juré a mi misma no olvidarme de René ni de su gente.

Cierro los ojos y veo verdes montañas y valles sagrados con gentes de sonrisas multicolores y abrazos sinceros. Dan la bienvenida al mundo; te dan su mano, su pan, su casa y te enseñan de la vida...

miércoles, septiembre 21, 2005

Malena es un nombre de Tango


Todos los veranos recojo animales.
Mi familia dice que tengo un imán, no sé si será así, pero sorprendentemente me encuentro pajarillos caídos de sus nidos, perros abandonados, gatitos caseros que no se adaptan al contenedor de basura...
Este verano ha sido una gata blanca. Se plantó en mitad de la carretera deslumbrada, y en cuanto me acerqué desplegó todas sus habilidades en materia de conquista. Ante las evidencias de que no era una gatita callejera no me opuse a sus encantos y le abrí la puerta del coche pensando en llevarla de vuelta a su hogar a la mañana siguiente.
Me la imagino fundida en eterno ronroneo con sus amos en el momento de recuperarla. Así que la llevo al veterinario para que le lean el micro-chip y puedan localizarles... Vaya, no lo había pensado... no está identificada. “... hay mucha gente que no identifica a los gatos... pero con semejante collar sus dueños la deben querer mucho, estarán deseando recuperarla...”
Confundida tomo a la gata de nuevo y la llevo a casa a hacerle una sesión de fotos. No hay manera de que sonría. Malena (la llamo), en su aristocrático collar azul con diamantitos, alberga una sorprendente expresión de tristeza a la vez que de enfado. He de reconocer que no me esperaba de un gato un semblante tan claro y expresivo.
Imprimo carteles con foto y todo: “Encontrada gata, ojos azules,...” y los distribuyo por tiendas de animales, clínicas veterinarias, farolas, paradas de autobús, supermercado... Ahora sin duda, sus dueños van a aparecer "cunita gatuna" en mano, para llevarse a la dulzura de vuelta a casa. Y final feliz.
* ♪ * ♪ *
“Malena es un nombre de Tango...” y parece que no me equivoqué al llamarla así. Mi preciosa felina comienza a hacer honores del nuevo nombre ante su evidente abandono... He descubierto que una mano misteriosa está arrancando y destruyendo mis carteles, y con ellos mis esperanzas y mi confianza en el ser humano.

Los diamantes del collar de Malena pierden brillo a la misma velocidad que sus ojos. Arrancar carteles es tan fácil como arrancarla a ella del sofá y empiezo a preguntarme si la tripita de Malena no empieza a estar sospechosamente abultada, y si a finales de septiembre no alumbrará una camada de tangos tan tristes como ella.
[...] Tus tangos son criaturas abandonadas
que cruzan sobre el barro del callejón,
cuando todas las puertas están cerradas
y ladran los fantasmas de la canción.
Malena canta el tango con voz quebrada,
Malena tiene pena de bandoneón [...]
Malena (Lucio Demare / Homero Manzi)

Recuerdos I


Sentada en mi mesa de estudio observo figuras anaranjadas, que el otoño dibuja en las paredes de la habitación.

Frente a mí, los ríos de España no se dejan memorizar. Malvados me transportan a paisajes primaverales con pueblecito rural, árboles con cabañas, campos por los que correr... -El río Duero nace en los Picos de Urbión -. Repito por enésima vez.

Por la ventana de mis ocho años se ve caer el sol tras las montañas. Se lleva un día más los dictados, castigos y oraciones de monjas inmaculadas; en mi cajita de madera me guardo los cromos, risas y confidencias de amigas, que con los años guardaré en la cajita de la memoria y el corazón. La lluvia otoñal oscurece el horizonte donde el sol se marcha a toda prisa. -Pasa por Soria, Toro y Zamora... Afluentes por la izquierda: Tormes, Eresma y Duratón...- Recito angustiada.

Mi falta de atención e interés por el estudio una vez más me juegan una mala pasada. Tengo ganas de llorar, y las gotas de lluvia que se deslizan por el cristal no hacen más que empeorar las cosas. Mi madre se asoma y me pregunta que tal voy. No hace falta que le conteste, con mirarme la cara sabe lo que está pasando en la habitación. Mis ojos se agrandan llenos de agua y mi boca diminuta pronuncia: -El Duero vierte sus aguas al Océano Atlántico, por Oporto, al norte de Portugal-. Mi madre me da ánimos y me sugiere que empiece con el río Tajo, que en un ratito viene a preguntarme.

Le hago caso. El Tajo pasa más cerca de mi ciudad, me será más fácil recordarlo. El Tajo se me atraviesa tanto o más que el Duero, y ahora que ha parado de llover tengo ganas de salir volando como los gorriones que se secan las alitas en el alfeizar. Tanta agua de río me está ahogando y mañana voy a suspender el examen de Geografía.

Me echo a llorar.

Mi madre sabe consolarme. Le explico que mi mente me traiciona y se va a dar un paseo cada vez que trato de memorizar. Me ahogo en sollozos, y ella, se conmueve y secándome la cara me dice que no llore, que esto que me parece tan importante ahora, algún día será una anécdota, un recuerdo lejano que aunque no lo crea, hasta me arrancará una sonrisa. – Te lo prometo. Esto también pasará...-

Olvidé los afluentes del Duero por la derecha. Pero el mensaje de mi madre no me falla nunca. Cuando alguna vez me ahogo en un afluente de la vida, me repito, segura de que es cierto:

“Te lo prometo. Esto también pasará...”